Björn había llegado al país como turista hacía un par de días. No lo conocía, pero lo poco que sabía de él le despertaba un enorme interés.
Por un lado, su extensión en relación a su población. El enorme acervo de espacios vírgenes y riquezas naturales que no podía dejar de relacionar con los increíbles animales prehistóricos que lo habían habitado. Por otro, esa imagen nacional tan ligada al campo, la cría de animales, el culto por la destrezas con los caballos y la charla alrededor del mate. Esa ceremonia social costumbrista que unía la simpleza de vivencias y las charlas compartidas.
Pero lo que más le interesaba era la extraña veta mística de su gente. Y la incidencia que ello parecía o podría tener en relación con su contrastado destino: un glorioso pasado reciente -de principios del S. XX- y su pobreza actual. Un presente que parecía mantenerlo con la cabeza gacha y negarle el futuro. Cuestión que no encajaba –pensaba- con las destacadas habilidades de las personas con esta nacionalidad que había conocido en su país y en otros."Fuera", valga decir, de sus fronteras...
Todos estos pensamientos rondaban por la cabeza de Bjön la mañana siguiente a su llegada. El primero de los días que pasaría en Buenos Aires -esa gran capital con lustres de fastuosidad que –como ya había podido notar- estaban algo venidos a menos. Luego de los cuales partiría hacia sus otros 3 puntos cardinales -norte, sur, oeste- para admirar su imponente y virginal naturaleza.
Jamás hubiera imaginado la respuesta que encontrarían sus preguntas en su primer día aquí. El mismo en que visitó “la Recoleta" –esa suerte de cementerio ilustre- el Cabildo, la Catedral y la casa de gobierno, tomar una pequeña siesta, prender el televisor y ver -de a poco y también desde su ventana- a enormes masas volcarse a las calles bajo la lluvia.
--Todos caminan en silencio –se dijo. -- Con paraguas o empapados. Pero serios y circunspectos… Tristes, se diría. Algunos portando pequeños carteles. Otros, entonando un pequeño estribillo que los demás vivaban al unísono, como respondiéndole. Pero que él no lograba entender...
-¿Qué paso? -expreso en voz alta, como preguntándole al mozo . - ¿Qué reclaman? Sabía que éste era un país de marchas... Pero esta parecía distinta. Silenciosa. Carente de esas banderas, carteles y petardos –recordó- que tantas había visto veces en el noticiero internacional. Marchas que también habían despertado su interés por “ese” país, tan distinto al suyo en tantos aspectos.
--Pero ésta parece "espontanea" -se asustó al intuirlo. No "armada" como otras que he visto...
--¿Qué realidad representaba esta "diferente" forma de manifestarse, en un país en el que tomar la calle era un deporte conocido y al que se le sabía dar una apariencia popular aún a políticas que muchas veces cabría de catalogar –siguió pensando- hasta de sectoriales o facciosas? Es decir, ni representativas ni equitativas?
-Ha muerto un fiscal federal- le respondió el mozo del bar del hotel.- El que investigaba el mayor atentado terrorista sufrido por el país, donde murieron 85 personas y sigue aún sin resolverse.
-¿85 personas? ¿Y todavía no se resolvió? –preguntó en voz alta, sin darse cuenta si podía incomodar con su pregunta… El silencio que siguió a su pregunta pareció confirmárselo...
-Este país y todo lo que sucede en él no deja de desconcertarme –se dijo, ahora sí, a sí mismo. Veré en los días que me quedan aquí si logro entender algo de su lógica y su racionalidad; y de cómo la gente que vive acá logra sobreponerse a ello y seguir adelante.
El mozo lo vió dejar el bar, atravesar el hall y salir del hotel en decidido y silencio. Mezclarse con la maroma de gente que colmaba la calle y acercarse, despacio y emocionado, a un pequeño cartel para caminar junto a él. Cartel que después de enfocar fijamente, pudo descifrar: “¡¡JUSTICIA!! ¡Honremos al fiscal! ¡Hoy, todos somos Nisman!
Al intentar volver a fijar de nuevo su vista en el extranjero, el mozo ya no pudo reconocerlo. -Hoy -penso, zambulléndose el también en la oleada de gente- todos somos Nisman